Y por cierto, frente a la profusión de software, hardware y modelos de negocio digitales, ¿qué ocurre del lado de los editores rusos? Según Prohorenkov, la relativa escasez de contenidos para los nuevos soportes constituye una mala señal:
En contenido digital no tenemos mucho éxito. Los editores tienen miedo de las copias ilegales y no apuntan al mercado de libros electrónicos. En consecuencia, apenas tenemos un total de alrededor de 300.000 obras digitalizadas, lo cual representa muchísimo menos que los contenidos disponibles en EEUU. Una tienda normal vende como mucho unos 30.000 o 40.000 artículos. En contraste con EEUU, en Rusia los fabricantes de dispositivos y los agregadores de contenidos tienden a trabajar de manera separada.[1]
La piratería es un problema frecuentemente mencionado en los debates del sector. El tono de las discusiones es por lo general de resignación, y prueba de las dificultades de los editores en su intento por enfrentar este desafío es que –a pesar de los esfuerzos de Litres y otras plataformas– los sitios de descargas no autorizadas de libros en ruso se multiplican incesantemente, incluso en países tan distantes como Ecuador.[2] En este sentido, la aprensión de los editores históricos frente a la era digital es comprensible.
Según Artem Stepanov, editor en Mann, Ivanov y Ferber, en el mercado ruso existe una suerte de círculo vicioso: los usuarios no están acostumbrados a pagar por un producto intangible, e incluso cuando están dispuestos a pagar, tienen dificultades para encontrar sitios de descargas legales, pues estos portales suelen vender poco y los grandes sellos no muestran entusiasmo por entregarles sus mejores contenidos. Según Stepanov, las ventas de e-readers se incrementaron notablemente en 2010; todos los días pueden verse personas utilizando estos dispositivos en el subterráneo o en el bus. No obstante, las ventas de e-books no aumentan, en parte por una cuestión de economía: los usuarios compran un e-reader de 200 o 300 dólares sabiendo que después sólo tendrán que ingresar en sitios piratas para descargar gratuitamente sus textos favoritos. La conclusión de Stepanov es categórica:
Considero que el mayor cambio en los comportamientos tendrá lugar cuando Apple o Amazon ingresen en el mercado ruso. Actualmente ya veo gente adquiriendo aplicaciones para el iPhone o el iPad sólo porque el proceso de compra es sencillo y rápido. Cuando comprar e-books sea así de simple, veremos grandes transformaciones. Desafortunadamente, hoy es mucho más fácil conseguir un libro pirateado –alcanza con buscar el título en Google y escoger cualquiera de los múltiples resultados– que comprar un archivo legal.[3]
Los creadores de Bookmate también intervienen en el debate y proponen una explicación alternativa. Coinciden en la hipótesis del círculo vicioso, pero lo ubican más bien del lado de los editores que de los lectores:
El mercado del libro papel da la impresión de ser muy importante, pero nadie cuenta con los derechos para digital. El interés del público por los e-books es enorme y crece día a día; sin embargo, los editores no demuestran interés, tal vez porque todavía no hay mercado. Y no hay mercado porque los editores no demuestran interés… Esta situación no va a cambiar fácilmente. Las cosas son aun peores para las obras traducidas, porque los autores occidentales no apuestan a este mercado en absoluto –Rusia los asusta.[4]
Confirmando esta perspectiva, Mikhail Ivanov, también de la editorial Mann, Ivanov y Ferber, comenta:
Hemos asignado dinero a la publicación de e-books, pero este rubro representa sólo el 1% de nuestros ingresos, y no tenemos demasiado tiempo para dedicarle al tema. De hecho el rubro digital implica complicaciones adicionales, por ejemplo la necesidad de firmar un contrato ad hoc, referido a los derechos electrónicos.[5]