Las tecnologías son, por supuesto, un componente clave del tema que nos ocupa. Pero al mismo tiempo, resulta vital prestar atención a quienes habrán de utilizarlas, y aquí se manifiesta la importancia de trabajar sobre el factor humano.
Al respecto, hay que señalar que numerosos editores desconfían de las herramientas digitales, y esta reacción –perfectamente comprensible, dado el profundo cambio de paradigma que está en juego– puede entrañar un círculo vicioso. El miedo a la piratería, la dificultad de encontrar un modelo de negocio que velozmente sustituya al anterior, así como la falta de contacto con los jugadores del mundo electrónico llevan a numerosos representantes del sector del libro a recelar de las nuevas tecnologías, demorando así el advenimiento de una industria digital sólida.
Son quizás las naciones de mayor tradición editorial –por ejemplo los países grandes y medianos de América Latina– los que están más expuestos a este problema. Por el contrario, los editores provenientes de regiones cuya industria del libro ha sido más castigada –tal como ocurre en Haití o en África– ven mucho más rápidamente las oportunidades implícitas en las nuevas tecnologías. Con todo, ha sido interesante observar que del total de encuestados globales, tan sólo 3 editores –los 3 latinoamericanos– respondieron que la tecnología digital implicaba un perjuicio directo contra la bibliodiversidad, con lo cual parece existir una percepción bastante generalizada de que, a pesar de todo, las herramientas electrónicas podrán jugar un papel destacado en la preservación de la cultura.
Lo recomendable sería entonces hallar la forma de reemplazar la preocupación y el miedo por la curiosidad y el deseo de experimentación. Desde nuestra perspectiva, esto puede lograrse con actividades de formación y vinculación profesional, con la condición de que estas iniciativas, una vez más, se realicen con la mirada puesta en la realidad local y no “desde arriba” o “desde fuera”. En efecto, en los países en desarrollo ya existen incontables cursos y eventos sobre la era digital, pero éstos suelen basarse en herramientas diseñadas para regiones cuya realidad es tan diferente de la propia que semejante defasaje termina desalentando todavía más a los oyentes. Un ejemplo típico son las conferencias de gurús estadounidenses o europeos que insisten en la importancia de distribuir libros para el iPad; evidentemente, de por sí puede resultar muy interesante aprender cómo algunos editores de EEUU o de Europa convierten sus títulos a ePub, firman contratos con distribuidores digitales que a su vez tienen acuerdos con Apple y que liquidarán periódicamente un determinado porcentaje de las ventas en alguna cuenta bancaria del Norte. Pero para un editor de África subsahariana o del interior de la India eso tal vez no pase de ser una anécdota curiosa, un conocimiento abstracto sin aplicación en su contexto personal: por fuera de los sectores más opulentos de la región, en África subsahariana o en el interior de la India los iPads no existen –con lo cual no hay mercado local para ese tipo de plataforma– y los editores no disponen de cuentas bancarias en el Norte para recibir transferencias por eventuales regalías de ventas realizadas en el exterior. De modo que para que la lección del gurú tenga sentido, alguien debería explicar por lo menos cómo hacer llegar esos ingresos a territorio africano o indio. Nuevamente, todo esto no significa impugnar los dispositivos estadounidenses o europeos; se trata más bien de repensar cuál es la clase de formación y vinculación que más pueden aprovechar a los editores de los países en desarrollo: ¿hay que limitarse a exhibir herramientas y modelos de negocio exóticos que tal vez nunca se extiendan en la región involucrada, o bien partir de las demandas y necesidades de los emprendedores, a fin de expandir sus posibilidades, mediante acciones precisas y eficaces?
Desde nuestra perspectiva, es la segunda opción la que más puede mitigar la ansiedad y a la vez estimular la exploración. Para ello, recomendamos insistir en varias direcciones:
1) Como señalamos en el estudio de las regiones, habrá que implementar seminarios de actualización, en conjunto con las diferentes instituciones que ya están trabajando en el tema: asociaciones de editores, facultades y centros de capacitación. Por sólo recordar algunos casos, podríamos referirnos al CAFED en Túnez, KITAB en los Emiratos Árabes, las jornadas profesionales de las principales ferias del mundo en desarrollo (Abu Dhabi, Buenos Aires, Delhi, Beijing, San Pablo, Moscú, El Cairo, Ciudad del Cabo, Guadalajara, Bogotá, etc.), la carrera de edición de la Universidad de Buenos Aires, la Universidade do Livro en San Pablo, entre otros. Será importante focalizar en problemas informáticos, jurídicos y económicos, acudiendo a expertos que conozcan las limitaciones y potencialidades del terreno y puedan contribuir con respuestas superadoras.
2) Los seminarios incluso podrán tomar la forma de cursos virtuales, en diferentes idiomas, a realizarse junto a instituciones que ya estén presentes localmente pero sumando también el apoyo de actores de otros países. Gracias a videos en la web o clases escritas, podría fomentarse la transferencia de conocimiento Sur-Sur respecto de las diferentes tecnologías involucradas. En particular, sería provechoso dar a conocer en este formato las soluciones que algunos editores de países en desarrollo ya han construido ad hoc.
3) Por otro lado, resultará indispensable estimular los encuentros personales entre editores tradicionales, editores digitales, productores de hardware y desarrolladores de software, a fin de fortalecer lo más posible el “ecosistema” industrial doméstico, trabajando con el apoyo de actores aglutinadores –asociaciones de editores, cámaras de software, incubadoras de start-ups, ferias del libro y sector público.
4) En una dirección semejante, es perentorio fomentar actividades (workshops, conferencias, muestras) que vinculen a los editores en general con los artistas del mundo electrónico –ciberescritores, diseñadores web, ilustradores digitales e incluso creadores de videogames–, a fin de alentar la inclusión de las nuevas formas expresivas en el “radar” de la industria editorial. Será también interesante estimular los lazos entre los editores y los creadores de las diferentes regiones en desarrollo, como otro modo de fortalecer las relaciones Sur-Sur. En estas iniciativas puede trabajarse con el sector público y las ONGs de cada región.
5) Resultará también importante la ampliación de las redes de editores, hacia el campo electrónico. Grupos como el Young Publishing Entrepreneur[1] –patrocinado por el British Council y la Feria del Libro de Londres– ya incluyen en su seno a emprendedores digitales. La Alianza Internacional de Editores Independientes también podría realizar una invitación a que nuevos jugadores participen de la organización, en particular porque –como hemos sugerido– la bibliodiversidad en muchos de los países en desarrollo dependerá tarde o temprano de que los editores manejen perfectamente las tecnologías digitales.
- Cf. Publishing, Young Creative Entrepreneurs.↵